thumb do blog Renato Cardoso
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NO ME GUSTA EN LO QUE ME CONVERTÍ (es culpa de su GPS)

¿A veces se mira al espejo y no le gusta ver en quién se convirtió? Hay una solución, así como sucedió con el rey David, que dejó una receta para que usted pueda recomenzar.

«No me gusta en quién me convertí». Tal vez, esta afirmación se encaje con lo que usted siente a su respecto.

Cuando mira su vida, observa que comenzó con muchas aspiraciones para su futuro. Le gustaría, en este punto de su vida, estar en otro nivel, de otra manera. Quizás, con su familia ya formada, con su vida económica establecida, con paz en su interior. Pero, al contrario de todo esto, lo que tiene hoy, no solo en el exterior, sino también en el interior, está muy lejos de lo que esperaba. Usted no logra formar la familia que le gustaría, vive el día a día, trabajando para sobrevivir, dependiendo, tal vez, de milagros diarios para comer el pan de cada día. No tiene paz en su interior y lo que más le duele, es que cuando ve en su interior, cuando se mira al espejo, se pregunta: «¿En quién me convertí? ¿Quién es esa persona?», no se reconoce, no le gusta lo que ve.

Es como esa persona que tomó el camino equivocado en la calle y se dio cuenta cuando ya estaba muy lejos.

Conozco a una persona que, cuando salieron los aparatos de GPS, programó el suyo para irse de viaje. Puso el nombre de la ciudad, pero había una ciudad en otra provincia con el mismo nombre. Ella siguió el GPS, cuando se dio cuenta, estaba en otra provincia, tuvo que volver cientos de kilómetros, porque había confiado en el GPS. Es así como muchas personas siguieron sus vidas confiando en el «GPS» interno que tienen, que está totalmente roto y defectuoso, llamado corazón. Estas personas siguieron el corazón, el GPS, lo que el mundo aconseja: «Sigue tu corazón». ¿Escuchó esto antes? ¿Ya lo escuchó en una canción, en una película, novela o serie? «Haz lo que sientes, lo que te dice el corazón». Entonces, las personas van siguiendo el GPS engañador y llegan a donde no querían.

Sin embargo, muchos piensan: «¿Cómo voy a volver? Ya estoy tan lejos de donde debería estar, tal vez, me quede por aquí».

Y usted ve a muchas personas que empinan la nariz. Las personas se golpean el pecho y dicen: «Yo soy así. No me arrepiento de nada», no dan el brazo a torcer. El orgullo es más grande. Es como ese marido perdido dentro del auto que no quiere pedir información, porque el orgullo no lo deja.

Muchas personas están, realmente, muy lejos de lo que les gustaría ser. Pero el orgullo no les deja cambiar de dirección. Entonces, lamentablemente, van a tener que acostumbrarse con esa persona que aborrecen, que detestan.

Sin embargo, hay otro camino…

Cuando pensamos en ejemplos de la Biblia, enseguida recordamos al rey David.

Él fue un hombre según el corazón de Dios. Era una persona admirable, hasta que, de la nada, se rindió ante el deseo de su corazón y, contemplando a la mujer de su soldado, en el balcón de su palacio, no resistió la tentación. Ordenó que llamaran a la mujer y consumó su pecado.

En el Salmo 32, él cuenta lo que le sucedió mientras permaneció con eso.

Comienza diciendo: «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño», Salmos 32:1-2. En otras palabras, él recordaba el tiempo en el que tenía paz.

«Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí Tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano», Salmos 32:3-4.

Se sentía más viejo de lo que era. Se sentía, literalmente enfermo. Se aborrecía, sentía culpa. «¿Qué hice con mi vida? ¿En quién me convertí? No me reconozco».

Pero David habló de la solución: «Mi pecado Te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado», Salmos 32:5. David se quitó la máscara y recibió el perdón, tuvo paz. Enfrentó las consecuencias de sus errores, pero tuvo paz.

Quien sabe, tal vez los muchos dolores, ese disgusto que siente sea, porque aún no se arrepintió, no hizo las paces con Dios, con los demás y, sobre todo, con usted mismo.

Por lo tanto, siga la receta del Salmo 32. Dios lo perdonará y le dará la oportunidad de reconstruir su vida. Aproveche esta oportunidad, no sea orgulloso, haga las paces con Dios, con los demás y con usted mismo.

Piense al respecto y medite con el siguiente video.

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso