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La copa que Jesús no quería…

Dios conoce bien los conflictos íntimos del ser humano. El Propio Señor Jesús los enfrentó cuando estuvo en el mundo. Por eso, Su actitud, antes de recibir sobre Sí todos los pecados de la humanidad, fue:

Yendo un poco adelante, Se postró sobre Su rostro, orando y diciendo: Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú. Mateo 26:39

Para entender mejor todo lo que pasó en la noche que precedió a la crucifixión, necesitamos observar el contexto judío de la época.

Era costumbre, en aquel tiempo, que la fiesta de la Pascua durara casi toda la noche. Las familias comían, conversaban, recordaban la historia de la nación, cantaban, se alegraban y, cada dos o tres horas, bebían una copa de vino. Cada judío ingería cerca de cuatro copas. En las familias judías más tradicionales, este ritual ocurre hasta hoy, pues existe un significado espiritual detrás de ese acto.

La primera copa, llamada «copa de la esclavitud», sería para recordar el tiempo en el que el pueblo fue esclavo en Egipto.

La segunda, llamada «copa de la liberación», conmemora la liberación del pueblo del yugo en Egipto.

La tercera, llamada «copa de la promesa», despierta la mente a todas las bendiciones prometidas por Dios. Él es el SEÑOR que no solo rescata y libera al ser humano, sino que también lo redime y le concede dádivas preciosas.

La cuarta y última, llamada «copa del sufrimiento», muestra que la entrada en el Reino de los Cielos depende de la permanencia en la fe, pues a través de muchas tribulaciones entraremos en el Reino de Dios. Hechos 14:22.

Y fue para darnos el derecho a la conquista de la salvación del alma que el Señor Jesucristo tuvo que tomar la cuarta copa. Como Él celebró la Pascua con Sus discípulos en su última noche con ellos, ciertamente tomó estas copas antes de ir al Getsemaní, en el monte de los Olivos.

Sin embargo, el «sufrimiento», representado por la cuarta y última copa, no sería solo simbólico, sino literal, pues, al cabo de unas horas, el martirio del Salvador se iniciaría.

La copa que sería colocada en las manos del Hijo por el Propio Padre era la copa amarga que cada ser humano tendría que beber debido a sus delitos y pecados.

Si las transgresiones de una única persona durante su vida ya son terribles, imagínese las de todas las generaciones.

Es decir, todos los crímenes, todos los malos pensamientos, todo odio, todo deseo de venganza, todo adulterio, todas las mentiras, toda prostitución, toda impureza y demás pecados que ya habían sido practicados y aún serían cometidos recaerían sobre Aquel que nunca había pecado.

Como muestran las Escrituras, el Señor Jesús probó la «muerte por todos» los hombres (Hebreos 2:9). Él fue considerado culpable para que fuéramos absueltos. Él fue separado del Padre para que nosotros jamás viviéramos lejos de Él.

Quien vive en el pecado y piensa que la gracia de Dios será suficiente para librarlo del Lago de Fuego y Azufre, como mínimo, no entiende o no quiere entender (porque le conviene) que si el Dios Padre no Le ahorró a Su Hijo beber la copa del sufrimiento, ¿va a ahorrárselo a los pecadores conscientes?