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La Destrucción del Segundo Templo

El Imperio Romano ocupó Israel en el año 63 a.C. Gobernadores romanos gobernaban la tierra ocupada y cobraban impuestos altos en nombre del Imperio. Existía una meta de tributos a pagar y lo que sobraba quedaba en poder de los gobernadores, que se enriquecían. Además de eso, en todo momento se inventaban nuevos impuestos solamente para que los gobernantes recaudasen más para sus propias arcas.

El factor financiero dejaba a los judíos obviamente descontentos, pero había más. El sumo sacerdote, autoridad religiosa máxima entre el pueblo, pasó a ser escogido por Roma. Era conocido el hecho de que el Imperio favorecía sólo a quien colaborase con ellos, y eso enojaba a los judíos, ya que, según la tradición, el sumo sacerdote debería ser el hombre más puro entre todos.

En el período cercano al nacimiento de Jesús, se levantó secretamente en medio del pueblo judío un grupo de rebeldes, los Zelotes. Era un grupo de resistencia al Imperio que tenía como meta expulsar a los romanos de Israel utilizando todos los medios posibles, inclusive la violencia.

El emperador que se creía Dios

Llegamos al reinado de Calígula, polémico gobernante romano notoriamente psicótico, a quienes todos temían dentro y fuera de los límites del Imperio. Si antes el dominio romano era malo para los israelitas, con Calígula todo empeoró. En el año 39, el emperador promulgó un decreto en que alegaba ser un Dios y que debería ser adorado como tal. Ordenó que su estatua fuese colocada en todos los templos de cualquier lugar que perteneciese al Imperio Romano. De todos ellos, solamente el pueblo judío se negó a esa idolatría, rechazando profanar el templo con una estatua de un falso dios.

Calígula, en uno de sus famosos ataques de locura, amenazó destruir el templo de los judíos en caso de que no fuese respetada su exigencia de la estatua en él. Israel llegó a enviar una delegación hasta él para intentar apaciguar al déspota, pero no tuvo éxito. El emperador amenazó exterminar a los judíos, en caso de que no obedecieran, pero falleció antes que pudiese cumplir la amenaza.

Pero la muerte de Calígula no calmó tanto los ánimos como muchos esperaban. Hasta la porción moderada del pueblo temía que el nuevo emperador fuese igual o peor que su antecesor. También se fortalecieron, sobre todo los Zelotes, con la creencia de que la muerte repentina del dictador fue obra de Dios, pues este estaría junto a los judíos en cualquier batalla contra otros pueblos.

La insurrección

La ausencia de Calígula no disminuyó los abusos que los gobernadores romanos promovían contra los judíos. Llegaban al punto de quemar rollos de la Torá, el libro sagrado de Israel, dentro del propio templo.

En el año 70, gobernados por el emperador Tito, los romanos rompieron las murallas de Jerusalén. Muchos atribuyen a Dios el permiso de la invasión por causa de los actos de inmoralidad, atentados contra la vida e idolatría de los judíos.

El pueblo judío fue masacrado por el poderío militar romano, Jerusalén fue destruida, lo mismo sucedió con el segundo templo, saqueado y demolido. Aún hoy, en Roma, en las ruinas de los Arcos de Tito, hay esculturas en relieve mostrando soldados romanos saqueando y destruyendo el templo, cargando un menorá, el candelabro sagrado de siete lámparas.

Aún peor: los judíos fueron exilados de su tierra, expulsados de Israel. Se calcula que más de un millón de judíos habrían muerto en lo que fue conocido como la Gran Rebelión contra el poderío romano. Comenzó la Diáspora, esparciendo al pueblo judío por el mundo. Sólo tuvieron nuevamente su tierra en 1948, año en que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la creación del Estado de Israel, con un voto decisivo del presidente de la Asamblea General del órgano, el brasileño Oswaldo Aranha.

En el exilio

Desde la expulsión de Jerusalén obra de Tito hasta 1948, los judíos exilados se desparramaron por el mundo. Historiadores sostienen que, cuando eso sucede por cerca de seis generaciones, la cultura de un pueblo se pierde por completo, extinguiendo toda una historia. El pueblo judío consiguió mantener su cultura, aun disperso por muchos países del planeta.

Aún hoy, con los judíos de regreso a Jerusalén, el tercer templo no fue construido. Dónde estaba el segundo, existe un complejo musulmán con una mezquita, lugar al cual los judíos no tienen acceso.

Un gran número de judíos sueña con la construcción del tercer templo, y este sólo será erguido cuando las enseñanzas de la Torá y la armonía entre el pueblo sean efectivos. Hay una entidad no gubernamental llamada Instituto del Templo que ya está construyendo artefactos y accesorios como los descriptos en la Biblia, creyendo que el tercer templo será construido en esta generación.

Hay una tradición entre ellos de una creencia de que el nuevo Mesías (ellos no creen que Jesús lo haya sido) será el constructor del nuevo templo. Aun hoy, tres veces al día, judíos de todo el mundo hacen la oración “Shemona Esré”, que un párrafo dice: “Que sea Tu voluntad, Señor nuestro Dios y Dios de nuestros antepasados, que el Templo Sagrado sea reconstruido rápidamente en nuestros días.”

Información sobre la construcción del Templo de Salomón: www.otemplodesalomao.com

Vea también:

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Construcción del Segundo Templo
Destrucción del Primer Templo
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