Sexo con el diablo – Capítulo 4
“El texto que sigue es la continuación del testimonio de María de Fátima da Cruz Carvalho. Vea también los capítulos 1,2 y 3”
Mi angustia, mi soledad, mi frustración, me hacían ahondar en las drogas.
Después del nacimiento de mi hijo y cuando dejé de amamantarlo, comencé a fumar hachís otra vez, sólo que esta vez desaforadamente. Fumaba todo lo que me pasaba por delante y tomaba cerca de dos botellas whisky, pero lo malo es que no me emborrachaba.
Ese tal ángel/demonio se sentaba a mi lado y estaba siempre queriendo tocarme, acariciar mi cabello, y yo parecía una tonta, tenía miedo de hablar. Pero, en este momento, comencé a decir: “Epa, este ordinario está siempre queriendo tocarme”.
Las personas que se decían mis amigas se reían, no me creían y encima decían: “Oh, Fátima, estás fumando mucho”.
Ellos hasta creían que yo tenía dones, porque les decía cosas que sucedían. Pero, yo les decía que no era yo, era el ángel quien me lo decía. Pero esos tales amigos se reían a carcajadas. Me encontraban muy fumada (drogada). ¿Cómo podría hablar con gente que no me creía? Intenté explicarles, pero…
Ese tal ángel me dice al oído: “Vas a ser mía. ¡Eres mía! Voy a sacarte el marido, porque fui yo quien te lo dio”. No podía entender el motivo por el cual el ángel se había vuelto extraño y malo conmigo.
Él me decía: “Mata a tu hijo, ¡mátalo!”. Comencé a quedar aterrada, pero ¿cómo hablar de esto? Fui a un brujo y le pagué mucho dinero. Tuve que hacer trabajos, y nada, al contrario, ese tal ángel empeoró. Mi vida, aparentemente, estaba bien, pero estaba a punto de volverme loca. ¡Mi vida estaba en camino a desmoronarse!
Mi marido me traicionó con quien se decía mi amiga, que venía a mi casa y fue a la cama con él. Fue la gota de agua.
Todo se desmoronó, mi corazón se partió. Sólo quería morir. El ángel/demonio sólo me decía. “Ve, mátate. ¿No ves que él no te quiere? ¡Ve, mátate! Él te cambió día y noche”.
Él me decía: “Ve, termina con todo.” Él me lo decía en todo momento. Y mi vicio por las drogas aumentaba día tras día. Sólo buscaba una salida, era un tormento.
Muchas veces rompía todo en casa, debido a las crisis nerviosas de posesión. Y él, el ángel/demonio me atormentaba día y noche, diciéndome: “Dame tu hijo”. Yo gritaba en casa, y ese tal ángel se reía de mí en mi cara y yo le tiraba cosas. Pero, ¿cómo acertar si él desaparecía y aparecía nuevamente? Iba a volverme loca. Y ese Rangel me decía: “¿No ves que nadie te quiere? Ve, mátate. ¡Mata a tu hijo y termina con todo!”.
Y mis días continuaban así: aparentando ser una persona feliz en la calle y escondiendo mi sufrimiento, mi tormento, en el hachís, la marihuana, el alcohol, quedando cada día más flaca y muy enferma, mientras que mi marido pasaba horas, días y semanas con otra mujer.
Teníamos una relación de a tres, pero sólo yo sabía que éramos cuatro, pues el ángel/demonio era mi figura principal.
A esta altura, intenté por primera vez un suicidio. Tomé lavandina, pero la madrina de mi hijo me encontró a tiempo, y no morí. Sufrí mucho, pues me quedó la garganta dañada.
Para sentirme mejor, y después decidir hacer cualquier cosa, contraté una empleada más, que un tiempo después me pidió que bautizara a su hija (aparte de tantos problemas, para la sociedad en la que vivía yo era una figura exitosa, siempre en fiestas, autos, viajes, mucha droga. Para ellos yo era lo máximo). Mentira, apariencias, frustración. Todo era una puesta en escena.
Esta empleada presenciaba varias situaciones en mi casa: huevos debajo de la cama, fotografías atadas a los pies de mi cama, cosas inexplicables. Cuando yo llegaba a casa, ella intentaba explicarme o intentaba ella misma entender, pero lo me daba vuelta y le decía: “Voy a fumar un charro porque este ordinario está queriendo enloquecerme”. Y ella me preguntaba: “¿Qué ordinario? ¿Su marido?”. Y yo le respondía: “Ese también, pero estoy hablando de este que está aquí ahora”. Y ella me preguntaba: “¿Pero, quién?”. “Este”. Y ella se daba vuelta hacia mí y decía: “Ay, mi Dios, usted está mal”. Y yo, muchas veces, gritaba, pero ella no entendía nada.
El fin de esta empleada fue drástico: su marido se ahorcó frente a su hija de 5 años. Yo sabía que era él, el ángel/demonio, que hacía pasar estas cosas. ¿Pero cómo decirle esto a las personas?
En este período de mi vida mi sufrimiento aumentó, pero mi éxito era cada vez mayor. Mi ángel/demonio me cambió el nombre. Me dijo: “A partir de ahora tu nombre artístico será Amitaf (Fátima al revés)”.
Él me dio el don de poder escribir todo al revés y el de la falsificación. Falsificaba cualquier nombre, era una cosa extraña, pero me gustaba, pues parecía que ese ángel era otra vez bueno.
Ese nombre, Amitaf, llegó a la boca de las personas muy rápido y aceptable. Conocí a un estilista muy famoso, hice un curso de modelo, etiqueta.
Me senté a la mesa con presidentes, ministros y conocí gente de la alta sociedad. Fue a esta altura que conocí a un individuo que formaba parte de la revista Playboy. Más tarde me crucé otra vez en mi camino con este individuo.
Continuaba aparentando un matrimonio feliz, pero de mentira, falsedad. Estábamos en el año de 1985/1986. Era abril, Semana Santa. Los dolores de cabeza eran constantes, pero en esa altura aumentaron.
Fui a un brujo y quedé peor. A cada paso que daba, parecía que una bomba estallaba en mi cabeza. Quedé en cama y, a mi lado, el ángel/demonio estaba mirándome.
María de Fátima da Cruz Carvalho