Jacob vivía bajo la protección de la madre, Rebeca, y debajo de la tienda del padre, Isaac. Él era gemelo de su hermano Esaú, y, luego de un problema con él, tuvo que huir de casa. Estaba bajo amenaza de muerte y, por primera vez en su vida, Jacob se vio solo.

Muchas personas creen en Dios por influencia de la familia, sin desarrollar su propia fe. frecuentan la iglesia porque alguien las lleva, pero aún no tuvieron un verdadero encuentro con Dios. Este era el caso de Jacob: conocía a Dios porque escuchó hablar de Él, pero necesitó conocerlo de verdad cuando quedó solo. Entonces, hizo un pacto con Él.

Años más tarde, Dios le dijo: «Yo soy el Dios de Betel, donde hiciste un voto conmigo», (Génesis 31:13). Dios no se olvidó las palabras de Jacob, mostrando así que Él toma en serio nuestras palabras. El problema es que muchas personas no hacen lo mismo. Dicen seguir a Dios, pero no cumplen lo que prometen. Se bautizan, declaran arrepentimiento, pero después vuelven a las mismas actitudes. Nada cambia, no porque Dios falló, sino porque ellas no mantuvieron su palabra.

El diablo quiere que usted desconsidere lo que dijo y viva en la mentira. Pero Dios espera que usted sea fiel a su palabra, porque la fe es un camino de doble mano: Dios habla con nosotros, pero también debemos responder con compromiso. Jacob sufrió por no cumplir si voto, y cosechó las consecuencias de eso.

Si usted tropezó, pero se arrepintió y volvió a practicar la Palabra, no necesita bautizarse de nuevo. Pero, si cae repetidamente, tal vez no entendió el bautismo y necesita reflexionar. Si busca al Espíritu Santo, pero sus actitudes muestran lo contrario, está engañándose. Alinee las palabras y las acciones.

Apartarse del error no significa ser perfecto, sino poner la voluntad de Dios por encima de la suya. Jesús dijo: «… sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto», Mateo 5:48. Sea fiel a Dios.

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