thumb do blog Renato Cardoso
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CÓMO DIOS PUEDE SUTILMENTE DEJAR DE SER NUESTRO PRIMER AMOR

Muchos de los que conocen a Dios empiezan bien, pero, con el tiempo, sin darse cuenta, algo puede tomar el lugar de Él en sus corazones

Sí, esto sucede. Jesús alertó a la iglesia de Éfeso: «Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor», Apocalipsis 2:4. A pesar de las buenas obras, ellos habían perdido lo esencial: el amor a Dios sobre todas las cosas.

Este alejamiento no sucede de forma abrupta; al contrario, es gradual, sutil, casi imperceptible. De a poco, otras prioridades van ocupando el espacio que era de Dios — hasta que, un día, todos se dan cuenta, excepto la propia persona.

¿Cómo sucede eso?

Primero, es necesario que Dios realmente haya sido el primer amor de la persona. El que ya puso a Dios en el centro de su vida sabe qué es desear agradarlo más que a sí mismo o que a cualquier otro. Sabe lo que es vivir para hacer Su voluntad.

Sin embargo, con el tiempo, algo o alguien puede comenzar a ocupar ese lugar central. Esto sucede lentamente. Muchas veces son cosas buenas — incluso la propia obra de Dios.

¿La obra de Dios puede tomar el lugar de Dios?

Sí. Hay quien sirva a Dios, predique, ayude a las personas y haga buenas obras, pero con la motivación equivocada — buscando reconocimiento, estatus o realización personal. Están haciendo la obra de Dios a su manera, no como Dios quiere.

Ejemplos no faltan: personas que quieren servir imponiendo sus condiciones — «Quiero hacer la obra de Dios, siempre y cuando sea cantando»; «Siempre y cuando sea en tal lugar»; «Después de resolver mi vida sirvo». En este escenario, el propio «yo» está en el centro, no Dios.

El Ejemplo de Salomón: cuando el propio «yo» toma el lugar de Dios

Salomón es uno de los mayores ejemplos bíblicos de quien empezó bien, pero se desvió de a poco. En el inicio de su reinado, Le pidió sabiduría a Dios para gobernar al pueblo con justicia (2 Crónicas 1:6-12). Él agradó tanto al Señor que recibió sabiduría, riqueza y paz. Sin embargo, con el tiempo, Salomón comenzó a vivir para sí. En Eclesiastés 2, él relata cómo se perdió:

«Engrandecí mis obras, edifiqué para mí casas, planté para mí viñas…». Eclesiastés 2:4

La repetición de «para mí» revela el nuevo centro de su vida: él. A diferencia de su padre, David, que usó sus riquezas para la casa de Dios, Salomón acumuló tesoros para sí.

«… ni aparté mi corazón de placer alguno, porque mi corazón gozó de todo mi trabajo […] y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu…». Eclesiastés 2:10-11

Al final, dijo: «Aborrecí, por tanto, la vida…», Eclesiastés 2:17. A pesar de haber tenido todo — poder, riqueza y placer — su vida se volvió vacía. Él había perdido su propósito.

La vida no es sobre nosotros — Es sobre Dios

Esta es la gran lección: cuando Dios deja de ser el primer amor, todo pierde sentido. Ningún ser humano, ningún placer ni ninguna conquista tiene la estructura para ocupar el lugar de Dios en el centro de nuestra vida.

Así como Salomón, hoy muchos viven en búsqueda de satisfacción personal — y, aun teniendo todo, se sienten vacíos, perdidos. Porque la vida no es sobre nosotros. Es sobre Dios.

Juan el Bautista lo resumió bien: «Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe», Juan 3:30.

Si usted entiende esto, encontrará la verdadera felicidad.

Escuche el mensaje completo en el siguiente video.

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso