Era el siglo XII, en el sur de Alemania, en la ciudad de Weinsberg. En la época, Alemania todavía estaba bajo el dominio del Imperio Romano y el rey Conrado III decidió invadir y tomar la ciudad. Después de un largo asedio, permitió que las mujeres salieran cargando todo lo que pudieran. Para su sorpresa, dejaron atrás sus posesiones y llevaron a sus maridos sobre sus espaldas. El rey, honrando su palabra, les permitió salir ilesos.

Las ruinas del castillo aún existen en Weinsberg, conocido como «La lealtad de la esposa». Esta historia trae dos lecciones: el valor de la palabra y la lealtad en el matrimonio. Lamentablemente, tal lealtad se ha vuelto rara. Lo que realmente hace feliz a una familia no son los bienes materiales, sino principios como la honra, el respeto y el compromiso. Hoy en día, muchas familias están ensambladas, resultado de una sociedad cada vez más alejada de estos valores.

No se trata de juzgar a nadie, sino de reflexionar sobre una realidad social y espiritual. El matrimonio y la familia son reflejos del Reino de Dios. Dios creó la familia como una representación divina: el padre simboliza a Dios, la madre representa a la Iglesia, y los hijos aprenden a compartir y respetar. Sin embargo, muchos perdieron esta visión y consideran a la familia algo anticuado.

La sociedad materialista desvaloriza el papel de la madre, pero su influencia en la crianza de los hijos es incalculable. Mientras el padre provee, la madre educa, y este trabajo no tiene precio. Dios también enseña a los padres a través de sus hijos, porque el amor y el dolor de un padre reflejan la relación de Dios con la humanidad.

El matrimonio simboliza la alianza entre Dios y Su pueblo. Cuando entendemos esta alianza, comprendemos el compromiso divino con nosotros. Si quiere estar cerca de Dios, valore a su familia y sane las heridas del pasado. Restaurar el corazón es un paso esencial para vivir en comunión con Dios. Después de todo, si un rey terrenal cumple su palabra, cuánto más el Rey de reyes.

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