thumb do blog Renato Cardoso
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¿SINTIENDO UN PESO ENORME? HE AQUÍ EL ALIVIO

Usted está sintiendo un peso enorme en sus hombros y no percibe que existe una manera de tener alivio. Basta con mirar hacia la paz que desea y no hacia las cosas que «perderá»

El salmo 32 le trae una palabra a usted que está cargando un peso enorme de culpa, a causa de las cosas que hizo y de las cuales se arrepiente: «¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto!», Salmos 32:1.

Feliz es aquel que alcanza el perdón, aquel cuyo pecado es resuelto, cubierto, lavado y eliminado de su vida.

«¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño!» Salmos 32:2

En otras palabras, no hay hipocresía. Si hay algo que Dios abomina es el fingimiento. El que actúa así no tiene lugar en la presencia de Dios, porque ya está condenado por sí mismo. La persona que engaña está cometiendo un acto de incredulidad, pues piensa que puede escapar de los ojos de Dios. Básicamente, está afirmando que Dios no existe.

La persona puede engañar al ser humano, que tiene un conocimiento limitado. Usted puede engañar a otra persona, porque no ve su corazón, no lo ve a usted en secreto, pero no puede engañar a Dios. Cuando hace eso, está diciendo: «No me importa lo que el Señor piensa de mí» o «Dios no existe y lo que importa es lo que los demás ven en mí». Por lo tanto, se autocondena, porque, de esta manera, niega la fe. Debería tener temor de engañar.

David habla sobre cómo resolvió su problema de culpa. Todos sabemos que David encubrió su adulterio durante un tiempo, ocultó ese pecado durante muchos meses. A los ojos de los demás, aparentemente, estaba todo bien, pero, en su interior, él cargaba más que un peso.

«Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día.», Salmos 32:3. El pecado hace envejecer a la persona.

«Porque de día y de noche se agravó sobre mí Tu Mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah», Salmos 32:4. Una persona seca, así era la condición espiritual de David mientras encubrió su pecado.

«Mi pecado Te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones al Señor; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah.» Salmos 32:5

La solución para ese peso fue la confesión, es decir, arrancar la máscara: «Estoy listo para pagar el precio». Entonces, llegó el momento de la restauración de su propia vida. Lo mismo sucede con usted que carga una culpa enorme y se está preparando para huir de las consecuencias del pecado, ¿por qué no reúne fuerzas para limpiarse? ¿Hacia dónde huirá de Dios y de sí mismo?

Vea el mensaje completo en el siguiente video.

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Colaborador

Obispo Renato Cardoso